“En el ágora está ofrendada una cabra de bronce, en su mayor parte dorada.” (Pausanias. La descripción de Grecia. Libro II 13, 6.)

(DESDE NEMEA) En el pueblo de Nemea ponemos el cuentakilómetros a cero en el Colegio Público y salimos con dirección a Petri. A 2.400 m, en el centro de una curva de 90 grados a izquierdas, sale una moderna carretera que, después de 200 m, nos lleva al yacimiento.

Homero conocía Fliunte por su participación en la guerra de Troya con el nombre de Arethirea. La región de Fliasia, en la que se encontraba la ciudad, limitaba por el norte con Sicionia, por el oeste con Arcadia, por el sur con la epicratía de Argos y por el este con Kleonás. Fue escenario de multitud de batallas y por ello Fliunte fue una de las pocas ciudades – estado de la antigüedad (con Esparta) que disponía de un ejército profesional. En su época de esplendor tenía unos 15.000 habitantes. En los tiempos históricos la antigua ciudad se abandonó y una nueva ciudad se construyó en la colina en donde hoy se encuentran las ruinas. La acrópolis de la ciudad (en donde hoy se levanta la capilla de la Virgen) estaba amurallada pero sus habitantes no pudieron resistir el ataque de los dorios al mando de su rey Régnidas. Una parte de su población, junto con los habitantes de su vecina Kleonás, emigró a Jonia, donde fundó Klazomenés; y otra parte, con su rey Hípaso, huyeron a Samos. Nieto de este Hípaso fue el famoso Pitágoras. Los que se quedaron se mezclaron con los conquistadores dorios. Doscientos soldados de Fliunte combatieron con Leónidas en las Termópilas y otros mil lucharon contra los persas en Platea. En la guerra del Peloponeso permanecieron del lado de Esparta. En el verano de 418 a.C., se reunió en Fliunte, como paso previo a la batalla de Mantinea, “el mejor ejército heleno que hasta entonces se hubiera formado”. Durante la guerra Corintia (395 – 387 a.C.) el ateniense Ifícrates les hizo sufrir una gran derrota y destruyó la ciudad en 391 a.C. Algo más tarde, cuando el partido democrático tomo el poder en Fliunte, la ciudad abandonó su alianza con Esparta, aunque, finalmente, los lacedemonios, al mando de su general Agesilao, propiciaron la vuelta de los aristócratas. Durante la época de las campañas de Epaminondas en el Peloponeso, Fliunte tuvo la sensatez de permanecer del lado de los tebanos con la condición de no participar en las batallas contra los lacedemonios. Fliunte tomó parte en la guerra Lamíaca y en la lucha de los Diádocos pero rápidamente cayó bajo la influencia de Demetrio Poliorcetes y de su hijo Antígono Gonatás. En 228 a.C. entró a formar parte de la liga Aquea bajo mando de Áratos y que abandonó en 224 a.C. siguiendo al rey espartano Cleómenes.

El rey que fundó la ciudad de Fliunte, cerca de las fuentes del río Asopo, fue Arante y la llamó Arantino. Tenía dos hijos: Áoris y Arethirea. A Arethirea Dionisos la hizo su amante. Tuvieron un hijo, Fliante que creció huérfano porque su madre murió muy joven. Para honrar a su hermana, Áoris llamó a la ciudad Arethirea. Sin embargo, cuando creció Fliante y tomó el poder le puso el nombre de Fleiús (Fliunte). Con Fliante en el trono, Dionisos derramó la abundancia sobre la región cultivándose unos viñedos que daban el mejor vino de la antigüedad. El mismo Fliante tomó parte en la expedición de los argonautas. En Fliunte, Anfiarao, hijo de Oícles y uno de los siete caudillos que marcharon contra Tebas, recibe una noche el don de la adivinación. También aquí residió Heracles durante algún tiempo tras haber cumplido con su undécimo trabajo entregando a Euristeo las manzanas de oro de las Hespérides. Las manzanas de las Hespérides. Eran unas manzanas de oro procedentes de un manzano también de oro que Gea había entregado a Hera con motivo de la boda con su hijo Zeus. Ésta lo plantó en su jardín divino del monte Atlas. Cuando un día descubrió Hera que las hijas de Atlante, las Hespérides, a quienes había confiado el árbol, hurtaban las manzanas, hizo que el dragón Ladón, siempre vigilante se enroscara alrededor del árbol como su guardián. Por Nereo consigue Heracles noticias del paradero del Jardín de las Hespérides. Tras un atribulado viaje Heracles llega a las cumbres del Cáucaso y con consentimiento de Zeus libera a Prometeo. En agradecimiento, éste le dice que para conseguir las manzanas tiene que convencer a Atlante de que sea él el que vaya en su lugar, ofreciéndole a cambio sostener entre tanto la bóveda celeste. Atlante es convencido, pero después de conseguir tres manzanas (previamente Heracles había matado al dragón con una flecha desde la tapia del jardín) se niega a seguir sosteniendo la bóveda y le propone a Heracles que él mismo entregará las manzanas a Euristeo. Heracles finge aceptar el trato, rogando solamente que le permita colocarse un cojín en la nuca para poder aguantar hasta el regreso. Cuando Atlas engañado sostiene por un momento la bóveda celeste, el héroe toma las tres manzanas y emprende la huida hacia Micenas. Según Graves, el candidato a la dignidad de rey tenía que vencer a una serpiente y apoderarse de su oro; y eso fue lo que hizo Heracles tanto en este caso como en su lucha contra la Hidra. Pero el oro de que se apoderó no debía tener la forma de manzanas de oro; estas se las dio la diosa Triple como su pasaporte para el Paraíso. Y en este contexto fúnebre la Serpiente no era su enemiga, sino la forma que su alma oracular asumiría después de haber sido sacrificado. El Jardín de las Hespérides se sitúa en el Lejano Oeste, porque la puesta del sol era un símbolo de la muerte del rey sagrado. Heracles recibió las manzanas al final de su reinado, correctamente registrado como un Gran Año de cien lunaciones. Había tomado la carga del rey sagrado de su predecesor, y con ella el título de Atlante, “el que sufre largamente”. Es probable que la carga fuese originariamente no el globo, sino el disco solar.

De la acrópolis de Fliunte no subsiste nada en la actualidad. En ella había un templo dedicado a Hebe, la diosa que llenaba los vasos de los dioses con néctar (el vino divino), y otro dedicado a Deméter y su hija. Sobre la vertiente oeste de la colina, la capilla de la Virgen ocupa, quizás, el sitio del antiguo Asclepeion. Debajo del Asclepeion estaba construido un teatro del cual, niveles inferiores de las gradas y una parte de la escena han sido exhumados últimamente. En este teatro se hicieron las primeras representaciones de los dramas satíricos del fliasio Prátinas, contemporáneo de Esquilo. Muchos de los bancos de piedra de la primera fila, en donde se sentaban las autoridades de la ciudad, han sido arrumbados debajo de un árbol. En el ágora, estaba ofrendada una cabra de bronce, en su mayor parte dorada. Recibía honores entre los fliasios porque la constelación que llamaban Cabra, cuando aparecía, causaba continuos daños en las viñas, y para que nada dañino sucediese por su causa, honraban a la cabra adornándola con oro. Inmediatamente al sur del teatro se han desenterrado los cimientos de un gran edificio rectangular llamado popularmente “palati” de dimensiones 36 x 26 m. Sus cuatro lados estaban formados por pórticos soportados por 22 columnas dóricas (5 x 7). En el centro había un patio a cielo abierto. Se piensa que este edificio data del siglo V a.C. Fue destruido en la época romana y reconstruido en el siglo II d.C.

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