“Allí atracarás el bajel a la orilla del océano profundo y tú marcha a las aguanosas casas de Hades.” (Homero. Odisea. Canto X, 511 – 513)

Saliendo desde Ioánnina por la calle Dodonis cogemos la Egnatía Odos, salimos en el enlace de Paramithiá, en el km 22. Pasamos Karvounari y Morfi y cogemos la carretera de la costa. Una raqueta bajo la carretera nos conduce directamente hasta Mesopótamos en donde se encuentra el yacimiento. El antiguo Nεκρομαντείο se alzaba en una baja colina donde confluían los ríos Aqueronte y Kokitós, y dominaba el lago Aquerusio (hoy seco).

En los tiempos antiguos, el santuario pertenecía a Thesprotia, habitada por los thesprotes, una de las primeras razas helénicas que se instalaron en el Épiro en torno al 2000 a.C., y que ocupaban una gran parte de la región. El antiguo uso de la cumbre de la colina se remonta a la época micénica a la cual pertenecen tres tumbas de niño. Con las migraciones de las razas helénicas del NO y la ocupación del este del Épiro por los molosos y otras razas en el siglo XII a.C., los thesprotes se desplazaron gradualmente hacia el oeste. Después de la secesión de los kasopeos (400 a.C.) que ocuparon entre ambas fechas el Aqueronte y la región del golfo de Ambraquía, Kosopea, Thesprotia quedó reducida a un territorio entre Kalamá y el Aqueronte, y el Necromandío siguió en territorio de los thesprotes. El funcionamiento del santuario en el siglo VII a.C. confirma la información de Heródoto en relación con una delegación enviada por Períandro, tirano de Corinto, al Necromandío del Aqueronte en torno al 600 a.C. para consultar al espíritu de su mujer donde estaba escondido cierto tesoro. En las monedas que acuñaron los eleos (370 – 340 a.C.) aparece la cabeza de Perséfone y Cerbero, así como Pegaso y el tridente representando a Poseidón. El culto a Poseidón, señor del mundo subterráneo y de los terremotos, está demostrado en el Épiro pues llegó en torno al año 2000 a.C. con los primeros pobladores helénicos. Se le representaba con forma de caballo. El oráculo era muy conocido en los siglos III y II a.C. pero fue quemado por los romanos en el 167 a.C. como otros muchos centros del Épiro, por el apoyo que prestó el “Común” de los epirotas al rey Perseo de Macedonia.

A la bahía del Aqueronte (Glycós Kolpos) arriba Odiseo siguiendo las indicaciones de la hechicera Circe, tras obtener de ella el permiso para abandonar su isla y el mandato de dirigirse al reino de Plutón para solicitar el oráculo del tebano Tiresias. Llegados a esta playa, Odiseo y sus compañeros abandonan la nave cerca de la arena y se internan a pie por los cañaverales remontando el curso sombrío del Aqueronte. Siguiendo lo prescrito por la hechicera, Odiseo cava un hoyo de un codo de lado en el promontorio donde se juntan las corrientes del Aqueronte y el Kokitós y, seguidamente, realiza libaciones en honor de todos los difuntos, primero con leche y miel, después con vino y, por último, sólo con agua. A continuación, tras espolvorear el hoyo con harina, Odiseo promete a los muertos el sacrificio de su mejor vaca aún no parida cuando llegue a su patria y, dirigiéndose al alma de Tiresias, jura sacrificar en su honor la oveja negra que más sobresalga de todos sus rebaños. Hechos los votos y vuelta la cabeza hacia el Érebo, Odiseo degüella sobre el pozo un carnero y una borrega negra, tras lo cual comienzan a aproximarse las almas errantes de los difuntos entre las que el héroe reconoce la de su amada madre, a quien había dejado con vida al partir para Troya. Recordando las palabras de Circe, Odiseo desenvaina su espada y, puesto en guardia, impide que los muertos prueben la sangre de las víctimas hasta haber obtenido de Tiresias el oráculo que le señale el modo de volver a su patria. Los oráculos de los muertos Los antiguos creían que grietas en el terreno, cuevas y profundos barrancos eran entradas que conducían al Mundo Subterráneo, al reino de los muertos. El alma era parecida a una sombra y una vez liberada del cuerpo terrenal adquiría poderes sobrehumanos y podía llegar a predecir el futuro. A las almas les faltaba, sin embargo, la conciencia, puesto que no tenían ni carne ni sangre, y eran a menudo vengativas, sobre todo si se trataba de almas de jóvenes o de muertos por violencia que habían abandonado el mundo antes de tiempo. El contacto de los mortales con los muertos no estaba exento de peligros. Por eso el que quería contactar con ellos tenía que prepararse física y psicológicamente, purificarse, lavarse y rezar y atraer las almas de los muertos con ofrendas de miel y vino y, en particular, de sangre de animales sacrificados. Bebiendo las ofrendas las almas obtenían la conciencia, se hacían presentes y podían predecir el futuro. Incluso, los que habían entrado en comunicación con los muertos peligraban por el contacto con la muerte. Cuando se acercaban a los muertos callaban para no perder su voz y cuando los dejaban atrás procedían rápidamente a purificarse.

Las excavaciones en la cima de la roca (1958 – 1964 y 1976 – 1977), que se llevaron a cabo por la Sociedad Arqueológica ateniense bajo la dirección de Σωτήριος Δάκαρης y después por iniciativa del profesor Σπύρος Γ. Μουσελίμης, sacaron a la luz bajo el cementerio de la iglesia del monasterio de San Juan Prodromos, el antiguo Necromandío. Para su construcción fue necesario escavar una gran extensión de roca de forma que pudiera construirse un recinto ortogonal de dimensiones 62,40 x 46,30 m con entrada por el norte. Este recinto tiene en su interior un edificio de planta cuadrangular, el santuario principal (4), con lados de longitud de 22 m. Los muros exteriores, con un bonito diseño poligonal, tienen un grosor excesivo de 3,3 m y se conservan en una altura de 3,30 m. La parte superior del muro estaba construida con ladrillos cocidos de adobe. Este edificio se divide, por dos muros paralelos, en tres estancias: una sala central de dimensiones 15 x 4,25 m y dos naves laterales que se dividen a su vez a través de paredes transversales en tres habitaciones (Ι, II, III y IV, V, VI), que se comunican entre sí y con la nave central. Debajo de la nave central se encuentra otra sala de iguales medidas tallada en la roca, probablemente en el lugar en que se encontraba la primitiva cueva de culto prehistórica. Quince arcos de piedra de poros sostienen el techo de la cripta subterránea que es a su vez el suelo de la sala superior. Los arcos están tallados con sumo cuidado. La cripta es el palacio subterráneo de Perséfone y Plutón. Este edificio junto con los tres pasillos que le rodean, así como las habitaciones 1’, 1” y 2’ están datados en los primeros tiempos helenísticos (finales del siglo IV a principios del siglo III a.C.). Más tarde, a finales del siglo III a.C., se añadió al oeste del primitivo santuario un conjunto de habitaciones y almacenes alrededor de un patio central (H). Al patio se accedía a través de la entrada norte. Las habitaciones se utilizaban para la espera de los sacerdotes y de los visitantes antes de entrar en el santuario de Plutón. Estos edificios fueron destruidos en gran parte por la construcción de un edificio romano y un palacio fortificado durante el periodo otomano. En el fondo del patio se ha descubierto una cista micénica (siglo XVI a.C.). Desde aquí, el visitante pasaba al pasillo norte (1), que tenía tres puertas en arco. A la izquierda del pasillo había dos habitaciones y un baño (1’, 1”) que se utilizaban para la preparación de los peregrinos. Aquí, en la impenetrable oscuridad, el peregrino comía carne de cerdo, habas, pan de cebada y ostras, es decir, comidas que tenían relación con los banquetes funerarios y los muertos, y bebía leche, miel y agua. Se introducía en prácticas mágicas y oía relatos fantásticos del sacerdote guía, así como oraciones, cantinelas y ruegos incomprensibles hacia los demonios subterráneos, y hacía abluciones en la habitación contigua para purificarse y salir ileso de su contacto con las visiones de los muertos. Antes de entrar en el pasillo este (2) tiraba hacia su derecha un amuleto de piedra para alejar las malas influencias y ejecutaba un ritual de purificación lavándose las manos en una gran tinaja llena de agua que se encontraba a la izquierda de la tercera puerta. Después, entraba en la habitación norte del pasillo este para la preparación final. No se sabe cuánto tiempo permanecía aquí el peregrino, solo y entregado a prácticas mágicas. Cuando llegaba finalmente el instante de comunicarse con los muertos entraba el peregrino acompañado del sacerdote en el pasillo este llevando consigo todo lo necesario para las ofrendas y el sacrificio. En el pasillo sacrificaba una oveja. Después entraba en el laberinto (3), un pasillo que daba al visitante la impresión de que estaba en los oscuros y tortuosos pasillos del Hades. El laberinto tenía tres puertas en forma de arco, armadas con estructura de hierro, como las puertas del Hades. De estas puertas se conservan en buen estado la mediana y la tercera, que conducían a la sala central. En el laberinto, parece que el peregrino ofrecía la harina de cebada. Finalmente, atravesando la última puerta, llegaba a la sala central. Aquí arrojaba todavía un amuleto de piedra y vertía en el suelo la leche y la miel para los dioses del mundo subterráneo Plutón y Perséfone que vivían en la sala subterránea. En este lugar acababa su camino puesto que aquí aparecerían las imágenes de los muertos para comunicarse con él. Pero en la época helenística la fe en el mito parece que se había tambaleado. Muchos recelaban de la aparición de las imágenes de los muertos. Y es que, al parecer, (y de acuerdo con los hallazgos de ruedas dentadas y contrapesos que se han encontrado en el lugar) se utilizaban ingenios mecánicos tipo grúa con contrapeso de la que se colgaban muñecos simulando la imagen de los muertos. El visitante, cuando abandonaba el lugar, no retornaba por el mismo camino para no encontrase con los demás visitantes. La salida parece ser que tenía lugar por el pasillo este que comunicaba, a través de una puerta, con el pasillo exterior (5). En el extremo norte del pasillo se han encontrado restos de una habitación (6) donde permanecería el peregrino durante la purificación de tres días de duración. Desde aquí saldría a la ladera este de la montaña guardando absoluto silencio sobre todo lo que había visto y oído. Las seis habitaciones (Ι, II, III y IV, V, VI) que se comunican entre sí y con la nave central, se utilizaban para el almacenaje de las ofrendas dentro de grandes tinajas que han permanecido hasta hoy, debido al incendio que sufrieron por los romanos. Entre los hallazgos más importantes habidos en las excavaciones se encuentran la cerámica con la ornamentación llamada “δυτικής κλιτύος”, en referencia a la encontrada en la ladera oeste de la acrópolis de Atenas, algunas figuritas de Perséfone y Cerbero y una cabeza de terracota que representa a la Muerte. Son raros los hallazgos anteriores al siglo IV a.C. La explanación de la roca para la construcción del gran santuario helenístico llevó consigo la desaparición de los restos anteriores. Sin embargo, en la ladera oeste de la montaña se encontraron restos de cerámica y figuritas de terracota de la diosa que datan de mediados del siglo VII a.C.

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